lunes, 26 de julio de 2010

Crítica: “Espejos”, de Andrés Ciro


La carrera solista de Andrés Ciro comenzó, paradójicamente, en “Civilización” con Los Piojos apenas como backing band, y entonces fue “Pacífico” la última perlita que sonó todavía en sintonía piojosa.


Una despedida de los fans, que en el show definitivo en River recibieron el homenaje, al ver proyectado sus tatuajes en pantalla gigante mientras se escuchaba esa canción, cuyo mensaje explícito era manifestar la ruptura inevitable de quienes habían sido el soundtrack de mediados de los ‘90s en adelante. Quizás número puesto para ganar la presea en la categoría “Rock de Estadio”.

De lo que vino, “Antes y después”, el primer sencillo de “Espejos”, podría formar parte de aquel disco final de Los Piojos, porque conserva ese estilo, aunque no es tan nostálgico en su prosa y es más bien el capítulo inicial y el nexo compatible de esta historia que Ciro comienza a delinear con un par de músicos infernales, Los (fabulosos) Persas (algunos ya locos conocidos) que lo acompañan en el nuevo trayecto.

Por ejemplo, Chucky De Ipola, que nunca pasa desapercibido porque es el escenógrafo de todas las canciones, viste cada uno de los temas con arreglos muy decorativos y se conforma en el soporte fundamental de un Ciro renovado, que se comporta un tanto gritón, como vociferando que está de regreso. Permanentemente se percibe que todo se hizo en una atmósfera cálida de trabajo. Hay onomatopeyas, frases sueltas y un bonus track que denota el clima divertido en que fue gestado el disco.


Esta serie de cambios, puede fundamentarse, en la paternidad del ex líder piojo, que además, deja al descubierto una curiosa faceta creativa (que confunde) de canciones que podrían ser orientadas al público de los bajitos. La letra de “Ruidos” y el estribillo del hitazo radial “Chucu-chu”, a lo Piñón Fijo, encajarían en un formato para niños, pese a que esta última contenga un claro mensaje lisérgico pero bastante “careta” para que la escuchen los chicos.

Las influencias, que son mayoritariamente del blues están en “Servidor”, “Blues de la ventana” y “Blues del gato sarnoso”, el ADN stone, en los solos de harmónica del rocanrol de la vieja escuela, “Banda de garage” y en “Noche de hoy”, y la de Sumo (simplemente a modo de homenaje, “con perfume de ginebra te dormiste hecho Gardel”) en el telúrico “Malambo para Luca”.

Ciro saca también chapa de showman en “Rocabilly para siempre”, junto al bajo de Miguel Rodríguez, su inseparable compañero de emociones, y se le anima al reggae, contestatario y anti-xenófobo con “Paso a paso”.

En “Espejos” todo es bastante elegante y en menor medida “rockero”. Está la banda sonando permanentemente concisa, están los instrumentos necesarios pero pasa más por un cambio de actitud que por una intención o urgencia musical. Es una versión pro, de un producto preexistente, porque aunque a veces haya resistencia al cambio, los chicos crecen, los grandes maduran, y a veces madurar significa perder originalidad. Para Ciro es volver a foja cero, resetearse e instalar una versión más novedosa de su sistema operativo que destila carisma.

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